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Atadas

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 El automatismo moderno me halla de pie preguntándome el porqué del bus que no llegó a la hora que llega cada día. Mientras, voy y vuelvo los tres pasos que separan el cordón de la vereda del centro del asfalto; punto que permite alzar el cuello y llevar al máximo la visibilidad en busca de una luz verde o roja que, a lo lejos, anticipe que solo se trataba de un retraso. Eso también es automático. Las cuatro esquinas, encima mío, están atadas entre sí por un sinnúmero de cables de distintos tamaños que se cruzan sin concierto. Impulsos en todas las direcciones. Vuelvo contrayéndome en mí mismo en ofrenda a este amanecer casi otoñal aunque sea enero. Desde algún sitio invisible más allá, el canto de un pájaro parece haber colmado el universo. Y no es uno. Los pájaros están ahí. No importa mi ritual de espera, ni que me interese en las gamas de color de cada cielo de cada mañana. Ni que haga el intrincado mapa en que se representan la necesidad de trabajo, el tiempo que día a día consumo

Ciencia incierta (o la mitad del universo)

    Más de una vez me vi asintiendo ante un nombre pronunciado, sin saber a ciencia cierta de quién se trataba. Sin embargo, esa vez (aunque asentí como siempre) busqué inmediatamente información sobre el tal Carl Sagan y su obra maestra Cosmos. Sólo el primer episodio de esa serie me llevó a un viaje de alcances impensados. Tuve la sensación de no estar en mi cuerpo que, para entonces, parecía haberse disuelto en la trama matriz del universo.     Ante tales situaciones la ciencia se vuelve incierta. Las décadas invertidas en un bachiller biológico y la facultad de odontología, mi conocimiento de frente y revés de la célula, los órganos y las funciones, de las expresiones más misteriosas del cuerpo como el dolor y la enfermedad; toda esa arcilla cohesionada en un individuo acababa de disolverse.     Creo recordar que, absortos en el espacio exterior, buscamos fundir los cuerpos (la comunión del amor da incomprensible sosiego al dilema de la disolución), mientras Carl Sagan

Postal de la víspera

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Despierto atento a renacer. Aunque no lo piense ni lo estampe en mi remera. Es un mecanismo simple. Emerge del silencio. Desde hace años, sucede que sea cual fuera la postura que tenga ante la celebración de la Navidad, la tendencia general de todo mi ser apunta al silencio. (De hecho, al enajenarme del ruido, el 24 suele ser un día en el cual el mensaje del mundo de la inspiración llega claro para compartirme nutridas ideas: es decir, compongo más de lo habitual). Del silencio al mate, a la guitarra, al saludo a lxs amigxs. Del silencio a la huerta, a las compras de último momento y a diagramar la mejor estrategia para que mi gato también tenga una noche de paz. Transcurre la tarde, todo toma otro ritmo, miro quizás a otra velocidad. Vienen fotos imaginarias de viejas celebraciones y con ellas los que abandonaron ya la forma esa que la foto muestra: Mi papá, mi mamá y mis abuelos. Lo que amé de ellos no se perdió ni se transformó un ápice; no estaba sólo en sus cuerpos ni en sus voc

Yo no soy

Vivimos condenados a la libertad. Y no es sino a través de los dones que podemos recorrer el camino hacia su esencia. La creatividad es un don, un regalo. Como todo regalo -es decir: como toda ofrenda inesperada- nos conecta inmediatamente y por al menos un sólo segundo con el presente, con lo que es en el momento que es. Puede verse también de otra manera: el regalo erradica con su aparición todo pasado y todo futuro. Se vuelve inaccesible el pasado (el regalo aparece sin una historia visible detrás) y se vuelve inútil el futuro (el regalo solicita y concentra toda nuestra atención a ser descubierto y atendido). Uno de estos regalos, de estos dones con ese poder inmenso de volvernos presentes, es la creatividad. Mire a su alrededor: la vida es pura creatividad. Es materializar algo donde no había nada. Es transformar las mismas partículas de infinito subatómico en obra. La planta, la roca, las galaxias, los bichos, mi gato crean. Creando se integran al movimiento de lo que es. Cre

Proverbio chino

Leí una vez un proverbio chino (ya saben, esos textitos que nos atraviesan de un sacudón a veces y que olvidamos en un cajón de la memoria, otras) que decía: "Cuando te colme una gran alegría no prometas nada a nadie, cuando te invada un gran dolor no respondas ninguna carta". Lo seguí casi como un amuleto. La contemplación y su sentido, la templanza, el no-hacer, todo eso llegó después, se fue dando como un avance expansivo. Es decir, en distintos planos a la vez. Nada decía el proverbio de cuánto yo por conocer había en esas infinitas márgenes oscuras. Nada decía del inexplicable poder que da habitar el instante fugaz entre los sucesos y la reacción. No detallaba el proverbio que su pequeña puerta de ratonera llevaba al umbral del sentido de la vida.

Transluz PARTE 1

Existe la vida tras la iluminación. Ese proceso que el budismo describe incansable y al que todas sus prácticas apuntan. Ese proceso que (póngale el nombre que quiera) está disponible para todos y cada uno de nosotros. Es una de las puertas que podemos abrir a cada instante. Bueno, después de eso incluso, excepto que la muerte y la iluminación vengan a coincidir (como en el cuento de La muerte de Iván Illich) seguimos errando y esa vida transluz es la que quiero contar. Pero antes de caminar por los paisajes más allá de la luz lleguemos hasta allí. ¿Cómo es esto de iluminarnos?   Nacemos en unidad a todo lo que es. A la vida en sí. Tanto que ni siquiera nos detenemos a atenderla, es decir: no nos separamos de la vida; somos tan "lo mismo" que la observación es imposible. La separación vendrá con el desarrollo, pareciendo incluso que una expansión imparable nos lleva a velocidad de rayo por procesos cognitivos cada vez más complejos. Ya no somos niños; aunque ese ser

24 hs out

Bajo los cuatro pisos dando saltitos entre escalón y escalón, con la alegría y la velocidad de quien concluyó una jornada de labores y se entrega a lo nuevo que le sugiera la vida. Palpo automaticamente mis bolsillos. Una palmada que se desilusiona de caer en un bolsillo de tela y pierna se repite piso a piso. Descubro que busco inconscientemente hacer contacto con mi teléfono, y no está ahí. Lo dejé hace horas en el service.  Desde que supe que debía cederlo a algún técnico por algún tiempo, di vueltas casi un mes. Sin pensarlo más, entré al fin y me desasí de su compañía; al punto de dejar en el teléfono (lo recordé con posterioridad) todas mis cuentas abiertas... incluso las bancarias. Al salir del local caminaba en un piso tenue, mientras repasaba cada espacio que quedaba confuso o irresuelto sin el arma de alcances masivos del móvil: -ALARMA ¿Como me despertaría mañana? -RELOJ ¿Qué hora es? -TELEFONO ¿Cómo llamo o las llamadas de quién me estoy perdiendo? -REDES ¿Cómo me