Alpachiri, Guatraché y el primer aire de mis pulmones

OCTUBRE 2008



Gracias a J.García Hurtado
por impulsarme a los caminos.


Casi dos semanas pasé preguntándome cuál sería la razón por la que uno puede amar un lugar sin conocerlo conscientemente, simplemente por haber nacido en él. Llegué a concluir, después de haber debatido conmigo mismo (como siempre hago) que uno se graba por siempre el sabor del aire que primero llena sus pulmones. Hoy, mi hermano Hernán me señaló, no sin razón, que la solución puede ser más sencilla: Uno nace en un lugar y quiere volver. Casi un "porque sí".
Hernán fue mi compañero elegido de viaje; Berto y Lilián quienes me invitaron a volver tras veintinueve años y diez meses de haber abandonado, incapaz entonces siquiera de recuerdo alguno, mi primer casa en Alpachiri y mi ciudad natal Guatraché; ambas en el partido de Guatraché, en la provincia de La Pampa, centro-sud de Argentina.
Ciudades de campo, las que (dicen) mueven al país, se suceden unas tras otras mientras la amenaza climatológica crece. Columnas verticales vertidas desde un techo denso de nubes negras, dicen también, representa lluvia más allá. En 9 de Julio cruzamos la cortina de lluvia y otra más al dejar atrás Trenque Lauquen.

Pronto La Pampa acerca su límite a nuestro encuentro, mientras el cielo se aclara de nubes. Aclara primero el brillo, luego el color. Ya pisando La Pampa, con pasajera llovizna, el cielo se ve gris con un entretecho (o entrecielo) de nubes blanca menos espesas, no demasiado lejanas. Jamás antes había visto una formación en entretecho similar. Me mantuvo aislado unos minutos su visión. Debajo, la extensión del campo verde se sostiene hasta el horizonte. Interminables llanuras con contadas y dispersas manchas oscuras que interpretan vacas que pastan inconscientes de su realidad, o quizás de la mía. También escasas las reuniones de 30 a 40 árboles que, en tanta pampa a su rededor, se vuelven insignificantes. Se avanza por estrecha ruta, casi incluso sin curvas. A los lados se repite el paisaje. Algún bañado o espejo de agua sorprende tras una loma. Caldenes secos como en cementerio centenario de árboles que se agotaron de paz pampeana. Flamencos innumerables reunidos en un bañado para un final deleite de los ojos. Luego el Bajo de la Tigra y, tras sus ondulaciones extrañamente marcadas, un cruce de caminos ofrece la entrada a Guatraché.


Guatraché

Ha llamado silenciosamente a mi espíritu toda la vida. Me han llevado los caminos siempre a querer volver al punto de origen de mis días.
Sin cambios de paisaje se elevan construcciones de una ciudad que nació a la vera de una estación ferroviaria. Me interno sin preámbulo alguno en Guatraché.
Camino con el alma abierta, que deja siempre una sonrisa esbozada apenas y la mirada enajenada, hacia la baja construcción del hospital. Ahí aparecí un día; una madrugada. Ahora lo sé. Ahí, tan cerca de las vías de un tren entonces vivo, tan hundido en medio de kilómetros de pampa, de campo, de sembradíos, en una madrugada de manto azul como (ahora lo sé) son todas allá; ahí aparecí y me lancé a respirar.


Luego transcurrieron dos meses viviendo al cuidado de mis papás en una casa en Alpachiri. Es decir que el misterio expectante, la parte de misterio que gritaba en mí acerca de Guatraché, se confinaba a ese recinto. A ese hospital de simple diseño.
Por la tarde, descansó mi espíritu sobre las redes del turista que no dejó un palmo de esas arenas, sales, piedras, calles polvorientas, pendientes y laguna sin recorrer. Caminé por las vías hoy abandonadas... me amargó la boca reconocer seca esa arteria nutricia para un pueblo que nació, setenta años antes que yo lo hiciera, por ella. A su alrededor. Por la tarde, la estación, la iglesia, la laguna (con llamativos depósitos salinos en cuanta rugosidad se ha posado el agua -y era sal, la probé-), la colonia menonita anabaptista asentada a fines de los años 80. Por la noche, un sueño reparador.


Alpachiri

El segundo día me esperaba Alpachiri. Yo lo esperaba con cierto escepticismo triste, imaginándolo también a la vera de un pasado de trenes desaparecidos.
Temprano estuve en pie. Era domingo, lo que es igual a decir día de descanso. Y en aquellos lugares eso se cumple al pie de la letra. No quedaba más entonces que desayunar en el hotel y emprender la partida a (como dijo la propietaria del hotel) "la Ciudad de Alpachiri" (percibí en su tono cierto respeto, u orgullo quizá).
En pocos minutos un semiarco en un camino bien cuidado señaliza y advierte la entrada definitiva al poblado. Bordeado de pinos, el camino desemboca a enormes silos (esa especie de cohetes regordetes metálicos unidos en su parte superior por caños y que colaboran con el depósito de granos. Evidentemente, en Alpachiri esa forma de comercio mantiene una llama distinta en su espíritu. Tras los silos, la ciudad.
Primero se cruzan las vías y se costean para llegar a la estación, hoy bien mantenida y convertida en museo. De a poco, a cada paso, con cada centímetro descubierto, me va ganado la emoción. El trazado es sencillo, un rectángulo de manzanas separadas por calles (algunas sorprendentemente anchas) y, en su centro aproximado, la plaza con los edificios principales como satélite (todos de una planta). Berto me explicó luego acerca del diseño radial de Alpachiri tan distinto al lineal de Guatraché.
Decidimos con acierto hacer la recorrida a pie, mate en mano, en busca de la casa que habité hace 30 años y de la que sólo sabía su ubicación aproximada, preguntando a algunos vecinos que nos orientaron y algunos otros como Don Augusto el placero, que nos maravilló con su laberinto vegetal creado en el propio jardín de su casa. El sol brillaba cómplice cerca de las diez de la mañana.

Pudo la emotividad no haber existido. Pudo la felicidad inocente del reencuentro haber faltado, y entonces todo habría sido un "porque sí". Pero ahí estuve una vez y ahí estaba yo ahora. Percibiendo casi la estela de mi partida. Sigo desconociendo porqué, pero uno puede sin dudas amar la tierra nunca antes vista, uno necesita (como yo necesité) ese aire en sus pulmones. El amor es caprichoso.


Dejé Alpachiri conmovido y pronto, o no tanto (no lo sé), el sol cayó detrás nuestro, señalando el punto donde dio inicio el existir: el mio y el de mi mundo creado. El de mi realidad percibida. Señalando el exacto punto donde un día he de regresar... porque regresaré. Lo supe, lo sentí cuando me detuve sobre los mismos escalones del frente de mi primer hogar; ayer en brazos, hoy firme y de pie.



Comentarios

Cristian y Eliana ha dicho que…
Hola Alexis, mi nombre es Eliana Alejandra Prost Ruppel. También oriunda de Alpachiri. Me emocionaron esas líneas escritas desde el alma que deseaba volver. Tengo 26 años y actualmente vivo en Bahia Blanca, viajo cada tanto porque aun están mis padres allí. Pero el aire pampeano es así, el orgullo de ser de esa tierra es grande...te mando un abrazo pampeano y las felicitaciones por querer volver!!.
Ely
Cristian y Eliana ha dicho que…
Hola Alexis, mi nombre es Eliana, también soy oriunda de Alpachiri. Me emocionaste mucho con esas líneas escritas desde el alma. Las fotos hablan tan claramente de lo que es la gente, los lugares, el aire.....vuelvo cada tanto porque tengo a mis padres allá. Actualmente vivo en Bahia Blanca, es muy bueno volver cada tanto.....hace bien al alma....un abrazo pampeano para tí de quien se siente orgullosa de ser de por allá...Ely
Craneo ha dicho que…
Gracias Ely, por tus apreciaciones. La verdad ha sido un reencuentro vital, y no será el último: tengo pendiente quedarme allá a escribir en mi tierra. Saludos pampeanos para tí.
Elvira ha dicho que…
"El amor es caprichoso". Hermosa frase. El amor a la tierra en que nacimos es inconfundible. Sentír que perteneces a esa porción del mundo. Yo también nací en Alpachiri, en la casa que era de mis abuelos paternos y me hace tan feliz poder decir el lugar exacto del mundo donde respiré por primera vez. Gracias Alexis por tus palabras.
AlexisDegrik ha dicho que…
Gracias Elvira Mercedes por leer y conectar. Un abrazo

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