Itinerae

OCTUBRE 2011



Alguna vez escuché de otros decir que mi espíritu era gitano. No por raza, sino por nómade. Sin embargo, me he sentido muchas más veces parte del sedentarismo más intransigente. Espíritu nómade en cuerpo sedentario. En vida sedentaria. ¡Vamos! Que una palabra no puede aún definir la multiplicidad de un ser. Soy, lo admito, quien prefiere sentarse a componer a salir a trotar; dos horas de cine a dos horas de gimnasio: Siento fortalecer el otro organismo. Sí, ok, se puede conjugar y hacer ambas cosas... Cuando las grandes películas duren una hora quizás.

Mirando hacia atrás, me pregunto de qué habla el hecho de haber vivido ya en tantas casas y tierras distintas; porque, finalmente es así: Mi cuerpo será sedentario, pero mi vida no. ¿Habrá mi primer mudanza a mis noventa días de nacido derivado en esta capacidad de readaptación constante? Alpachiri, La Plata, Puerto Belgrano, La Plata de nuevo, Villa del Parque, otra vez La Plata, y allí: la casa de la calle 61, luego la de paredes amarillas, luego el semipiso (eran dos departamentitos por piso) con vista a un nido de hornero, de nuevo la casa de 61 y, ahora, sopladas mis velas una vez más por las bocas invisibles del destino, Villa Crespo.

Dos minutos me he detenido a pensar en ese depto que alquilé sin saber que era a compartir... con el hornero. Hallé (en mi segundo día) sobre la ventana, un nido aparentemente abandonado, anclado en el ángulo inferior. Lo contemplé varios días y meses. La primavera y el verano sucesiva y gradualmente lo fueron resecando, por lo que al fín decidí sacarlo una tarde. Despejé la ventana de todo recuerdo de esa obra de primitiva arquitectura animal. En los días ulteriores, como un retorno oportuno y proverbial, fui despertado cada mañana por un canto agudo, sonante, sin fin. Un hornero se paraba sobre el umbral de la pequeña ventana de la habitación, recortada su sombra sobre la débil cortina. Así fue durante varias mañanas, hasta que lo inesperado ocurrió: Dos avecitas ínfimas empezaron, barro a barro, la reconstrucción monumental. Fui testigo privilegiado de esa labor maravillosa. Uno llegaba al ángulo de la ventana y dejaba su amasijo de pasto y barro (tan ínfimo como para caber en el ápice de su pico), y pronto se lanzaba otra vez vuelo abajo. Inmediatamente llegaba el segundo hornero con su nuevo amasijo para depositarlo y reordenarlo en una estructura que, día a día fue tomando forma. Mientras había sol, la pareja trabajaba sin descanso.

No sé cuánto tiempo fue, pero pronto el nido de barro estuvo reinaugurado; compartí con la familia una felicidad cómplice.

Pienso dos minutos en mí y en mi tremenda necesidad de reconstrucción. Reconstrucción como parte estructural de la readaptación al cambio. Hay veces en que los cambios de la vida se confunden con el correr de los días. Unos se parecen definitivamente a otros, hasta que descubrimos qué tan distintos éramos. Un buen truco para quitarse de encima la responsabilidad de la elección. La responsabilidad y el peso de ser libres. Se sufre menos... pero se goza menos. Vamos siendo. Vamos adquiriendo forma como una piedra en un río, erosionados en forma constante.

El otro cambio es el de las elecciones y las acciones. La adaptación es la forma inteligente del espíritu para la supervivencia. Liberación de juicios, algo de evasión a la culpa, y remodelación constante de los modelos aprendidos.

Siendo gitano descubrí que podemos ser la piedra en el río, o el río que besa la piedra y corre.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los cuentos en La Tundra

Ciencia incierta (o la mitad del universo)

Exilio de casa (parte 6)