Caída Libre

Entredormido trataba de reacomodarme en el sillón; a veces me gusta que el sueño me alcance a horas inesperadas de la tarde y más aún en las tardes de lluvia. Perdí la cuenta de cuántas veces un vértigo inverosímil me acompañó de la duermevela al despertar. El último fue abrupto. De repente un vendaval me azotó y el estruendo se hizo ensordecedor. Salté en el silló que había entonces dejado de ser el sillón de mi sala. El avión en el que me hallaba acababa de abrir a miles de pies de altura todas sus puertas. El miedo perdió su invisibilidad, podía palparse. El pánico generalizado se llevaba mi atención sin que mi humanidad se decidiera por ninguna reacción. Entonces, y como muchas otras veces, un río manso y cristalino corrió desde las profundidades en mi auxilio. Pronto escuché su murmullo fractal correr por debajo de toda inconsciencia y me sentí en paz. No sé a qué humano se le ocurre en tales ocasiones aliarse a su paz pero cuando el río se desata me entrego sin juicios. El miedo estaba ahí, el pasillo de un avión infernal con todas sus puertas abiertas cruzadas por el azote del viento. El mundo atormentado por el miedo, a él sometidos o resistiéndolo hasta la locura. A mí el murmullo del río me sugería cruzar el miedo, pisarlo de inicio a fin. Me incorporé, mi atención fija en el pasillo, mientras el entorno se volvía una masa amorfa. El viento, los gritos, los gestos desbocados, las sacudidas de terror se amalgamaban e iban disolviendo, en ese estado, su furia. Caminé decidido hasta el final del pasillo; paso a paso, sintiendo el miedo que atravesaba. Una puerta me aguardaba, cerrada aún, como si a mí sólo me hubiese correspondido descubrirla. Me detuve ante ella, tenía una inscripción sugerente: "amar más, incluso ésto". La ignorancia del camino que deparaba me iluminó la sonrisa y silenció hasta el vacío la escena del miedo a mis espaldas. Sin dilaciones, abrí la compuerta y la crucé .

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