Tristeza en Mayo



MAYO 2009


Mil capas construidas sobre el propio ser terminan por ser el propio castigo. Son necesarias, tal vez inevitables. Son la protección, la manera de sobrevivir, la forma en que conocemos y conseguimos andar por la vida. Sin notarlo, tan imperceptiblemente como vivir, vamos construyendo finas mallas que colocamos, tan inconscientemente como la respiración, sobre otras anteriores.
Una palabra dicha u oída, una escena vista, un rastro de calor de sol sobre la piel es suficiente para cambiarnos de por vida, para herirnos para siempre. A todo sobrevivimos así. Y así uno crece al abrigo de la experiencia. Y la experiencia es, al fin, triste por nostálgica.
Avanzamos y dejamos atrás, sin dudas y sin elección. La tristeza marca el pulso en las venas del camino. Ella es el gran motor de la humanidad. La que empuja a avanzar. Y el ser, en su innata soledad absoluta, se arma capa a capa para obedecer al natural mandato de vivir. Así se crea uno como alguien, y crea reacciones, comportamientos, gustos, ideas, maneras, mecanismos, relaciones. Cosas incluso fuera de uno: cosas, cosas, cosas. El pesado revoque de miles de pétreas capas que nos quieren alejar de la tristeza que nos movió, pero que un día, sin intervención de la voluntad, se quiebran.
Entonces uno comprende que en lo más hondo de su ser está sólo, y que lo que creía lo separaba de la tristeza, lo ha llevado más y más a recorrer el absurdo camino a sus propias entrañas.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
cristales tristes...

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