Navidad del ser


NAVIDAD 2010


Y es otra vez la última semana del año, y es otra vez Navidad. Distinta a todas porque la vida es distinta a cada paso. Concordamos con el mismo cuerpo y los mismos mecanismos a cada instante, aunque en cada vivencia seamos constantemente nuevos. Acuerdo cómplice para mantener la cordura.

Nacemos sucesivamente, pero la fecha conmemorativa de todo nacimiento es por excelencia éste tiempo que, convenientemente, nos encuentra en las postrimerías del año. En el nacimiento de nuestros nuevos planes. Excelentes épocas de reflexión y meditación.

Mi ciclo se cierra con etapas que inobjetablemente quedan detrás y con etapas que con ansias deseo vivir. Pero a la vez con la vivencia maravillosa de un tiempo de gozo en la expresión que me surge como un río cristalino e imparable: el arte.

La vida, cuando nos abstraemos de todo, puede no tener sentido alguno. Todo puede volverse vano en un solo segundo como si un óleo universal se derritiera ante nuestros asombrados ojos de repente, dejando al desnudo la miseria de una falacia que nos mantenía apegados a un sinsentido absoluto.

Sobreviene entonces el natural instinto de supervivencia: Una arteria late sobre mis temporales y me señala la realidad del ser y de la vida. Me hace desear (motor incomparable) los tiempos felices y la maravilla de crear y de renacer. De conseguir la sublime simpleza de dar a luz. De la comunión con la familia elegida y de la consecución de uno mismo en la carne concebida. Vivir lo simple: El beso, la caricia, el compartir.

Son dos realidades tan opuestas la del abismo y la de la alegría que no pueden sino darnos perplejidad. En medio, mi gozo. Mi f en mí mismo, en mi potencial para surgir. Para buscar el camino. Mi satisfacción de haber elegido a la hora de elegir las manos elegidas para asirme. Para surgir. Fui más artista que nunca pues ese don atesorado y afinado años y años en el alma tuvo su momento de salir a escena con el fin último, y no poco importante, de salvarme. De sacarme ileso de las llamas, como al Ave Fénix.

De ese trance de feliz final me es necesario asirme en la mala hora del pensamiento fatalista. El del abismo como una desidia inútil tras todo pensamiento. En el otro mundo (de deseos, de seguridad en mi propia fe, de amor por los demás) las mismas escenas que del abismo son fundadoras se recodifican; mi mente las desglosa y las desviste de fantasmas dejando de ellas lo mucho o poco que en esas latitudes me parece fundamental. El amor. El amor de mi papá y de mi mamá; incondicional hasta el extremo, hasta lo inextremado. Superior a cualquier fuerza universal. La alegría de su presencia, su constancia, su elección por sus hijos.

En esa reconfiguración del sentido de las verdades, descubro que el futuro ansiado de paz y regocijo en la descendencia de la carne, de la enseñanza, del ejemplo y de la vocación; en esa emisión ilimitada como fin, ellos, su amor, su ejemplo, su enseñanza y vocación también están. De la misma forma que estuvieron en cada acto y elección de lo tanto ocurrido para lograr esta auto-superación que hoy me mueve a escribir.

Así, concibo un milagro de Navidad: que no hay tiempo en la esencia del alma. Que se estuvo, se está y se estará de la misma forma siempre. Que hay muchas vanalidades a que nos aferramos que no sirven más que para limitar. Recursos de la razón. Todo se recuerda en la esencia porque todo se está por vivir. Vano es entonces captar para recordar. Retener un recuerdo en un centímetro de materia es sostener una pausa insensata; una mentira a cada minuto más distante.

Por el amor somos en los demás, por la paz somos en nosotros mismos. Ciertos talismanes espantan oscuridades: La confianza, la Fe, el movimiento, la meditación para retrenzarnos, la acción, la búsqueda cesante. El deseo de crecer.

No todos somos iguales. Ni siquiera uno sólo de toda la especie comparte esencia. Pero a la vez somos todos la esencia. Todos. Seamos candiles. Demos luz, amemos, evoquemos la paz. Seamos candiles.



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