Gente que trota
ENERO 2007
Otra mañana acomodado en un fresco rincón sombrío del parque San Martín; hoy, tal vez por eso escribo lo que escribo, muy cerca del camino que lo circunda. Han sido varias mañanas: Las primeras intentaba caminar unas vueltas, luego empecé a sentir en mí un reclamo de paz interior que llevó las caminatas a necesarias relajaciones y, finalmente, también a escribir. Esto es lo que me sale, lo que me brota como un río impresionante que arremete contra diques y recodos. Un rio de aguas negras vertidas como tinta sobre estas hojas.
Hay, cómo no reparar en ello, mucha (muchísima) gente que trota, camina, corre o marcha a extraños pasos por el círculo que recorre la perisferia del parque. Gentes de todas las edades descargando sus tensiones o buscando el camino a la salud. La casi absoluta mayoría, debo decir sorprendido, marcha en sentido antihorario. ¿Será que nadie puede salir del círculo para encontrar el camino? ¿Será que la salud es premio a ese mantra repetido? ¿Entra, acaso, uno en una especie de trance con los mares del cosmos, del universo, sólo por seguir ese itinerario? No lo sé. Y puede que sí.
Claro que también puede que todos sepan que caminar y quemar calorías es directamente proporcional, así como moverse y mantenerse desintoxicado. Entonces... me moveré.
Al darme vuelta sobre mi propio sitio, un tapiz indiscutiblemente hermoso me es revelado. Inconsciente estuve de tal maravilla estos minutos y ahora lo percibo. Se tiende en una esquina del parque, desde mis lindes, una sábana vegetal de unas florecitas verde amarillas de verano de un árbol que ya averiguaré cómo se llama.
La manta es perfecta, tapiza de un hermoso color todo el rededor del árbol e inspira la certeza de que uno ha encontrado una entrada directa al universo. Me dan ganas de pararme y gritar que la entrada es acá mismo. Que se detengan, se sienten, observen y disfruten de este milagro.
Otra mañana acomodado en un fresco rincón sombrío del parque San Martín; hoy, tal vez por eso escribo lo que escribo, muy cerca del camino que lo circunda. Han sido varias mañanas: Las primeras intentaba caminar unas vueltas, luego empecé a sentir en mí un reclamo de paz interior que llevó las caminatas a necesarias relajaciones y, finalmente, también a escribir. Esto es lo que me sale, lo que me brota como un río impresionante que arremete contra diques y recodos. Un rio de aguas negras vertidas como tinta sobre estas hojas.
Hay, cómo no reparar en ello, mucha (muchísima) gente que trota, camina, corre o marcha a extraños pasos por el círculo que recorre la perisferia del parque. Gentes de todas las edades descargando sus tensiones o buscando el camino a la salud. La casi absoluta mayoría, debo decir sorprendido, marcha en sentido antihorario. ¿Será que nadie puede salir del círculo para encontrar el camino? ¿Será que la salud es premio a ese mantra repetido? ¿Entra, acaso, uno en una especie de trance con los mares del cosmos, del universo, sólo por seguir ese itinerario? No lo sé. Y puede que sí.
Claro que también puede que todos sepan que caminar y quemar calorías es directamente proporcional, así como moverse y mantenerse desintoxicado. Entonces... me moveré.
Al darme vuelta sobre mi propio sitio, un tapiz indiscutiblemente hermoso me es revelado. Inconsciente estuve de tal maravilla estos minutos y ahora lo percibo. Se tiende en una esquina del parque, desde mis lindes, una sábana vegetal de unas florecitas verde amarillas de verano de un árbol que ya averiguaré cómo se llama.
La manta es perfecta, tapiza de un hermoso color todo el rededor del árbol e inspira la certeza de que uno ha encontrado una entrada directa al universo. Me dan ganas de pararme y gritar que la entrada es acá mismo. Que se detengan, se sienten, observen y disfruten de este milagro.
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