Peregrinación

ABRIL 2008


Hay incalculables caminos,
senderos de toda clase,
antes jamás intentados,
antes jamás recorridos.
Uno inicia sus pasos en el
rumbo que, por nuestro
bien, alguien ha elegido.
Pero pronto la elección
se nos otorga firme en la
mano como un testamento
olímpico.

Y así, sin irrupción,
proseguimos la carrera casi
sin objetarla hasta que el
rayo del cansancio o la
desesperación del alma
misma por ser escuchada,
nos acalambra de golpe y
nos obliga a salir del trance
cambiados. Seguros de
saber que debemos elegir,
solos ahora, pero inevitablemente.

Y así nos entendemos
responsables y casi sensatos
hasta en la elección de la
insensatez. Y nos jactamos
de las sólidas estructuras de
los nuevos caminos, siempre
nuevos; antes jamás intentados,
antes jamás recorridos. Caminos
de ladrillo, asfalto, hormigón.
Materiales concretos y sólidos,
libres de error. Nuestros pasos
de grande, de gigante son casi
risas sonoras en el aire. Pero
no hay linea ni traza para lo
inimaginado, lo nunca recorrido,
lo no inventado.

Los senderos se bifurcan,
se abren en abismos antes de
poder percibirlos, giran en espiral
o en perfectos círculos cerrados.
Vuelven por donde vinieron,
son de tierra, de ladrillo, de pasto,
de agua y de sal, son caminos
de palabras., de silencios.
Ascendentes con cúspides mágicas
o duramente cenagosos. Y
nuestro paso se olvida del alma
que le habló y le habla, y de sus
propios pasos. Adquirimos ajenos,
inventamos un paso que nos
saque del paso. Vamos de puntillas
o en carreras desaforadas.

No hay consuelo para la
incertidumbre, ni para la nostalgia
porque el peregrino recuerda
cada piedra de su andar. Pero
cada camino se multiplica en
miles que se multiplican a su vez,
hasta que se colma cada
centímetro de la vida de caminos
jamás intentados, jamás recorridos.
Caminos que abren los pies de
quien los anda.


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