5:55

La radio corta el silencio de las 5 de la madrugada. Solo a mí llega, porque está en los auriculares que ya dispuse como si de una pequeña obra de ingeniería se tratara. El dispositivo que reproduce está en el bolsillo izquierdo del pantalón; de él sale un pequeño cable que asciende entre las ropas, se cuela por la capucha y llega a los oídos. En un momento, mientras voy saliendo al patio, apagando luces y surcando puertas en dirección a la calle, me abstraigo de las ondas radiofónicas que se vuelven parte del silencio del amanecer. Mientras echo sus dos vueltas de llave al portón de entrada, descubro a la criatura que fabricó su propia obra de ingeniería: un universo de telarañas que hace días llama mi atención.

Camino bajo el cielo oscuro. Faltan algunas horas para la presencia del sol. Las voces de la radio reaparecen súbitamente: hablan de un oyente llamado Ciro. Las seis de la mañana se acercan y me sorprende la vida que, incluso a través de las calles de mi barrio de las afueras, ya ha empezado a moverse. En mi estratégica posición, desde la que puedo contemplar los confines de las dos avenidas, advierto la aparición precoz del transporte que me llevará hasta la terminal. Todo transcurre aún en ese acordado silencio. Subo: tardo en percibir que el chofer tiene puesta música a un volumen que busca irrumpir la madrugada: Suena "Ciro y los Persas". Aún no son las seis.

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