Re Encuentro

Estuve en suspensión por 10 minutos. En el tiempo irreglamentado del corazón parecieron 10 horas. Atento a ese espacio sensible me quedé con el teléfono en la mano y el WhatsApp abierto en una charla que acumulaba 398 mensajes (que leí a vuelo de pájaro) de un grupo de compañeros de la primaria. Casi no leo las montañas de escritos diarios. A veces me culpo (¿qué sigo haciendo ahí si no los leo?), otras me agobio (y al fin de cuentas ¿quién decidió participar de ese grupo?); la mayoría de las veces los dejo acumular o voy ingresando frecuentemente para que el símbolo verde que alerta la cantidad de mensajes no vistos desaparezca. No sé, quizás de algún modo me siento parte de todos ellos y a la vez no.

Cuando María Laura me dijo que iban a crear el grupo para enlazar a toda una división escolar que luego de los 7 años lectivos compartidos, excepto casos puntuales, dejó de verse por otros 27, fui honesto: Le dije que era muy afín a marcharme por las buenas de cada grupo virtual en que estaba (siempre me divierte imaginar que exista alguna iconografía que con un simpático portazo anuncie: Alexis ha abandonado el grupo); de todos modos me uní. El momento de hacer contacto fue inolvidable y emotivo. Seres que compartimos el paso de la etapa de la inocencia más pura al de las primeras creencias edificantes ahí, 27 años después. Cada cual con su historia, su universo y su vida construida y, a la vez, con la misma esencia de ese infante conocido. Comprendo, es casi matemático, que un conjunto como éste, de una veintena de universos desarrollados en casi una treintena de años tenga miles de mensajes y cosas para decir. A mí el grupo me despertó la observación. Este vínculo tan fuerte entre estos seres humanos es acaso el que me despierta tal culpa, agobio, emoción y amor. Vamos, el que, a fin de cuentas hace que me contemple a mí mismo.

A mi amigo Emanuel cito siempre que recuerdo las palabras que le escuché: no hay ningún suceso que no impacte en un ser humano. Este grupo, este reencuentro escolar, más allá de su intensidad, de su tendencia lógica a revivir historias, sus ganas de hallar una nueva forma de fusión de los universos individuales en un nuevo colectivo, y más allá de que esa sintonía se corresponda o no con la que siento, ha impactado en mí. Me vaya o no del grupo, el grupo ahí está en mí. Nos reencontremos físicamente o nos disolvamos en nuevos caminos, el grupo está en mí. Participe o calle, el grupo está en mí tanto como estas percepciones, dichas o no, están ya impactando la vibración de la esencia no si del grupo sino de todo lo que Es.

Me abstengo de decir "hola"; he estado 10 minutos en suspensión. Luego suspiro y apago el teléfono.


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