Postal de la víspera



Despierto atento a renacer. Aunque no lo piense ni lo estampe en mi remera. Es un mecanismo simple. Emerge del silencio. Desde hace años, sucede que sea cual fuera la postura que tenga ante la celebración de la Navidad, la tendencia general de todo mi ser apunta al silencio. (De hecho, al enajenarme del ruido, el 24 suele ser un día en el cual el mensaje del mundo de la inspiración llega claro para compartirme nutridas ideas: es decir, compongo más de lo habitual).


Del silencio al mate, a la guitarra, al saludo a lxs amigxs. Del silencio a la huerta, a las compras de último momento y a diagramar la mejor estrategia para que mi gato también tenga una noche de paz.
Transcurre la tarde, todo toma otro ritmo, miro quizás a otra velocidad. Vienen fotos imaginarias de viejas celebraciones y con ellas los que abandonaron ya la forma esa que la foto muestra: Mi papá, mi mamá y mis abuelos. Lo que amé de ellos no se perdió ni se transformó un ápice; no estaba sólo en sus cuerpos ni en sus voces ni en el contacto de su piel, en nada material, y por eso el amor sigue intacto. En un rato quizá en el fragor de la cena olvide este encuentro tan cercano con sus esencias, pero desde ya les aviso que para ellos va también mi brindis.


Las últimas horas de luz son tumultuosas, revueltas. Pongo música, cocino, publico cosas y sigo saludando y devolviendo saludos como jugador de ping pong. Todo se entremezcla. El silencio se deja desvanecer en la atención a los detalles de la cena.

Comemos, brindamos, cantamos villancicos y seguimos saludando (vía WhatsApp siempre). Hoy nos sentimos todxs cercanxs, quizá porque a todxs se nos ha acallado el ruido cotidiano. Aún a tiempo, reflexiono que la paz sólo puede estar en el instante en que se está y en ningún otro. Poder distinguirla es el desafío.

La comida pareciera un antídoto al silencio, devuelve la atención a la parte más carnal, al cuerpo. No hay forma de no sentir el cuerpo tras la visita de la Navidad. Platos, brindis, abrazos, regalos (en un guiño mágico y justo a tiempo hablo y recuerdo a quienes no están), dulces, burbujas y risas, mientras afuera vuelven los estallidos de la pólvora. Vuelvo a casa y, con el sueño, vuelve el silencio. Aguardo renacer incluso a estas horas, aunque si lo pienso un segundo, aún no siendo Navidades, no hecho hasta hoy ninguna otra cosa que vivir renaciendo.

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